jueves, 25 de junio de 2015

Anclas

No paro de darle vueltas a los cambios y junto a esas divagaciones siempre aparecen imágenes de anclas. Por mucho que cambien las cosas, por mucho que la vida muerda, quedando en ocasiones cicatriz, o desaparezca gente que nunca debiera dejar de existir, tenemos anclas. Cada uno llevamos la nuestra y es nuestra responsabilidad fortalecerla a cada momento, cuidarla del óxido y de cualquier cosa que pueda corroerla. Pero hay olas que nos hacen volar tan alto o nos hunden tan profundo que te despiertan de esa ilusión de autosuficiencia, dejando patente ese otro crecimiento, paralelo al de uno mismo, con los otros. Tus otras anclas, personas que siempre están, físicamente o en el pensamiento están y nos acompañan en decisiones que cambian la dirección de la flecha, en momentos de felicidad sin medida, y en los de tristeza quitan sal a las lágrimas para que no escueza tanto. Sois la estabilidad y lo eterno en el jodido cambio constante. De esto va la cosa, de ser y tener anclas, que sostengan cuando todo se ponga patas arriba y entrelazar dedos para disfrutar más de los momentos naranjas. Tener infinitos a tu lado en esta aventura vital finita.

(Lo único que permanece son los cambios, y en mi cambios permanecéis vosotros que convertís mis límites en infinitos)

lunes, 22 de junio de 2015

Parpadea

Cada vez estoy más convencida de que una vida es un parpadeo dividido en rayitas milimetradas. Quiero cambiar de número, me cansé de seguir fraccionando el mismo por una mezcla de miedos y parálisis sináptica.

A veces me mareo, va todo tan rápido que cuesta distinguir algo entre tantas manchas de colores, y cuando las consigues atrapar comenzando a ver nítido, es la hora de las despedidas y las lágrimas vuelven a emborronarlo todo. Es entonces, cuando echo de menos un ancla, algo que dé calma a un mar en constante movimiento. Dicen que uno mismo es su mejor ancla, que es en ti donde debes encontrar esa estabilidad ficticia que te impida caer en una realidad en continuo cambio. Pero a veces, con nadar e intentar tocar el suelo no basta, pues las olas nos levantan haciéndonos volar o hundiéndonos sin ningún destino ni azar al que aferrarse. 

Y entre todo este caos ,durante unas rayitas, yo me anclo en tus brazos y vuelvo a distinguir los sentidos que mueven las flechas de mi brújula solar.