A veces me mareo, va todo tan rápido que cuesta distinguir algo entre tantas manchas de colores, y cuando las consigues atrapar comenzando a ver nítido, es la hora de las despedidas y las lágrimas vuelven a emborronarlo todo. Es entonces, cuando echo de menos un ancla, algo que dé calma a un mar en constante movimiento. Dicen que uno mismo es su mejor ancla, que es en ti donde debes encontrar esa estabilidad ficticia que te impida caer en una realidad en continuo cambio. Pero a veces, con nadar e intentar tocar el suelo no basta, pues las olas nos levantan haciéndonos volar o hundiéndonos sin ningún destino ni azar al que aferrarse.
Y entre todo este caos ,durante unas rayitas, yo me anclo en tus brazos y vuelvo a distinguir los sentidos que mueven las flechas de mi brújula solar.
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